“Sedimento”, el desgarro contenido de Carlos Compson toma forma visual en el salar de Uyuni
Hay algo en las canciones que sobreviven a sus contextos inmediatos. Algo que no tiene que ver con la novedad, ni con el algoritmo, ni con el rebote de los nombres propios. Es el caso de “Sedimento”, ese tema enterrado y paciente dentro de Espuria, el álbum del artista peruano Carlos Compson publicado en 2023, que hoy regresa no para decir “aquí estoy”, sino para insistir en que nunca se fue. Su nuevo videoclip no renueva una canción: la ahonda. La revela como quien, al remover la tierra, encuentra debajo otra capa, más densa y callada. Un estrato de símbolos, grietas y resistencia.
El videoclip, dirigido por David Macedo y rodado en el Salar de Uyuni, no ofrece espectáculo. Hace algo más desafiante: se aparta. Deja que el espacio hable. Que el aire inmóvil de ese desierto salino se pegue a la piel de la canción y la expanda en su sentido más físico. Las imágenes no ilustran la letra, sino que la retan. Le devuelven preguntas. Los planos largos, los encuadres abiertos, la inmensidad sin bordes: todo eso parece murmurarle a la música, como si el paisaje mismo quisiera entender qué es eso que suena y por qué duele tanto.
Porque duele. “Sedimento” no está construida para gustar, sino para resistir. Hay en ella una suerte de melancolía política, una forma de habitar el desencanto sin resignación. Las guitarras no adornan, las voces no suplican, los silencios no alivian. Todo lo que suena está dispuesto como un tejido tenso que apenas se sostiene. Y es justo en esa fragilidad donde aparece su belleza. Una belleza sin concesiones, que no necesita explicaciones porque ya está cargada de tiempo, de historia, de desgaste.
Lo que hace Carlos Compson no se parece a una carrera musical, sino a una forma de insistencia. Produce, toca, compone, graba, se mueve con la terquedad de quien no está negociando nada. Su visión no admite intermediarios. No hay prisa, no hay truco. Lo suyo es artesanal, pero no en el sentido amable del término, sino en su versión más radical: trabajar con las manos, exponer lo propio, fracasar con estilo. Y este videoclip es prueba de eso: una obra delicada que no grita, no explica, no se impone. Solo está ahí. Y eso basta.
Tal vez por eso el Salar de Uyuni era el único lugar posible para esta grabación. Porque no hay atrezzo en ese paisaje. Todo es piedra, sal, viento y cielo. Todo es exceso y despojo. Como la canción. Como la vida misma cuando dejamos de adornarla. Carlos Compson no está buscando respuestas. Apenas sostiene la cámara frente al abismo y deja que la música diga lo que tenga que decir. Sin apuro. Sin traducción. Sin anestesia.
Escucha aquí el álbum: